¿Qué es la reestructuración?

Una mirada general sobre la realidad del mundo y sobre todo a nuestra conciencia misionera, nos ha llevado a la tarea que se expresa en una palabra, aparentemente fría, la de reestructuración. Sin embargo – y lo que es más importante – esta palabra tiene algunas consecuencias espirituales importantes.

A medida que la Congregación ha entendido esta palabra, en los últimos años, la reestructuración significa poner nuestras estructuras actuales (Gobierno General, Provincias, Vice-Provincias, capítulos, Regiones, Formación, etc.) al servicio de nuestra misión. Esto nos permite entender que la reestructuración no es un fin en sí mismo, sino un medio, un intento de responder mejor a las necesidades urgentes de la misión. Se trata, en primer lugar, de la evaluación de nuestras estructuras, y luego – si es necesario – a cuestionárselas y replan- teárselas. Esto requiere un ejercicio de fidelidad creativa, cosa que en estos los últimos años el Magisterio ha pedido frecuentemente a los religiosos y las religiosas.

Reestructurar, re-pensar: corremos el riesgo de reducir esta gran tarea a una operación mental, a una estrategia o a una simple reorganización. Cuando hablamos de reestructuración, estamos pensando de hecho en algo más profundo, motivado por algunas de las necesidades concretas con las cuales la Congregación se confronta hoy día.

En primer lugar, se trata aquí de una conversión espiritual, “un cambio”, que es don de Dios. A veces se observa una falta de una auténtica alegría misionera en nuestro trabajo y en nuestras comunidades. Esto puede ser un signo de una teología frágil y de unas frágiles motivaciones espirituales. Frecuentemente, este estilo de vida expresa una renuncia implícita, un preludio de dejarse morir. Otras veces caemos en la trampa del individualismo que lleva a cada uno a buscar “sus propias” soluciones. Tenemos que renovar nuestra fe en el Espíritu que hace nuevas todas las cosas y hace renacer las personas, hace florecer de nuevo la vida donde nuestros ojos no la ven, abre un camino en el desierto y ríos en la estepa (Is 43,19). Es necesario para nosotros nacer de nuevo y sólo la gracia de Dios puede realizar un tal milagro.

La conversión debe estar enfocada hacia nuestra misión, debe llevarnos a entender que Dios nos muestra hoy nuevas urgencias y abre nuevos espacios. Es Dios quien suscita en nosotros una nueva libertad, una disponibilidad nueva, una imaginación arriesgada y una mayor agilidad en nuestras estructuras.

Necesitamos renovar nuestra mente para liberarnos de ciertas formas de la misión, que en el pasado nos llevaron a una cierta concepción de nuestra identidad, y por lo tanto una limitación de la misma. Como resultado, cuando estas formas entraron en crisis, también lo más profundo de nuestro ser se cuestionó. Esto se siente particularmente en las regiones donde las misiones parroquiales eran vistas como “la primera expresión de nuestro carisma”. La necesidad del Evangelio y del pan que el mundo de hoy reclama, nos pide una seria revisión de nuestros métodos y del contenido de nuestro anuncio de la Buena Nueva.