¿Por qué la reestructuración?

Nuestra misión en un mundo globalizado. Si tenemos en cuenta la cantidad y la calidad de los cambios que experimentamos en todo el mundo, debemos reconocer que actualmente la realidad mundial es única. Probablemente es la primera vez en la historia que se producen tantos cambios en un período tan breve y en una escala tan amplia. Con el fin de comprender el mundo de hoy, entre las muchas características se destaca una: la globalización.

El internet es quizás la primera imagen que viene a la mente para describir las relaciones globales, “un tipo de red”, que potencialmente está accesible a todos. Sin embargo, pensamos también en la publicidad, que impone los mismos productos prácticamente en todos los rincones del mundo. De hecho, los jóvenes se visten y piensan igual. La televisión, gracias a la dominación de un formato normalizado y gracias a los satélites, transmite el mismo tipo de programas a todos los continentes. En términos más generales, estamos pensando en un tremendo poder de los medios de comunicación, que son capaces de modificar o de transformar la visión del mundo, así como el comportamiento y maneras de pensar de los seres humanos.

Un mundo globalizado significa también que la bancarrota de un país se convierte en una crisis financiera para el planeta entero. Como resultado, los estilos de vida y aspiraciones tienden a ser iguales en todas partes, con un denominador común: el predominio de los negocios, la tecnología y un mercado “libre” con pocos o solo algunos controles reglamentarios. Ya estas carac- terísticas tienen importantes consecuencias para nuestra misión. Evocaremos aquí algunas de ellas.

Los frecuentes cambios que se sufren hoy en el mundo del trabajo, conllevan consecuencias importantes. Si bien es cierto que estos ofrecen nuevas oportunidades, hay que reconocer que la globalización implica también unos riesgos terribles, sobre todo en detrimento de los más pobres, los marginados y los excluidos.

El estilo de vida contemporáneo deja cada vez menos espacio para el cuidado de nuestro espíritu y de nuestra conciencia (Mt 16,26; Jn 6,63). Cada vez somos más conscientes de que nuestro mundo se ha convertido en una aldea global, pero el aire que se inhala es el de las grandes ciudades, donde las relaciones son a menudo impersonales, donde se pone más el acento en el consumo que en la convivencia y donde ya no hay ningún tiempo para encontrar a Dios.

Por lo tanto, el mundo globalizado impone una necesidad urgente de evangelización en sentido estricto. El anuncio del Evangelio, como una oferta de una vida buena, hermosa e integra, se ve hoy como una tarea ineludible, ya que se opone a las tendencias generales de una vida fácil, de gratificación instantánea, de culto de las imágenes y de llamada “vida líquida” como lo describe Zygmunt Baumann. Fenómenos como el anticlericalismo o la disminución de la asistencia a la misa, no debe preocuparnos tanto como lo que motiva esto: un mundo que se cierra a la novedad de Dios, un mundo que no cree más en el amor de Dios.

Los más necesitados de nuestra sociedad se vuelven un desafío para los más pudientes. No podemos responder a la evangelización de los más abandonados de forma parcial o de forma localizada. No podemos centrar nuestra atención en un mundo donde el capital es lo más

importante. Tenemos que concentrar e invertir recursos por el bien de los más pobres, y esto, pensando globalmente.

Mientras que los últimos misioneros viajaron a lo largo de dos ejes (de Norte a Sur y de Oeste a Este), la imagen que mejor describiría hoy nuestra misión es una red de evangelización. Por lo tanto, el desafío emblemático para nosotros, es el fenómeno de la migración, un signo de un mundo en el que los destinos de todos están entrelazados, donde la tarea del Evangelio exige respuestas nuevas y menos estáticas.